Hace algún tiempo, cuando me planteé preparar un pequeño curso de estadística, repasando pequeños principios que se van olvidando, y que muchos quizá nunca aprendieron, tenía muy presente unas palabras que oí de mi profesora de bioestadística en la facultad. No puedo transcribirlas textualmente porque ya hace mucho de aquello, pero venía a decir que nosotros (los biólogos) utilizábamos la estadística para hacer nuestros estudios como quien hace churros. Tras esos airados debates que se forman cuando alguien te toca el orgullo y más de 10 años de experiencia profesional, en los que me he equivocado muchas veces, he aprendido a reconocer cuanta razón tenía y la cantidad de cosas publicadas, que aunque no se sostengan, se apoyan en unos resultados que han salido de unos datos, que alguien recogió para algo y que en muchos casos ha habido que estar probando modelos hasta que me dicen lo que quiero oir… Tras estos años de experiencia profesional y en la vida, me consta que no es solo cosa de biólogos sino que es una mala costumbre interdisciplinar. Por otro lado, también hay muchísimas personas que lo hacen todo bien (o casi todo).
Los errores cuando se trabaja con estadística pueden ser simplemente debidos al azar, es posible que por azar, en los muestreos realizados nos hayamos dejado fuera una parte más o menos importante de la población. En estos casos deberíamos replantearnos los métodos de muestreo utilizados. Otra de las causas, del todo involuntaria, es la obsesión por hacer algún descubrimiento trascendental. Es tan grande el deseo de encontrar soluciones a ciertos problemas, que cualquier idea nos serviría para airearla como la solución definitiva. Una tercera podría ser la mala praxis por desconocimiento de los fenómenos a explicar o el no entender realmente los modelos estadísticos que estamos utilizando. Y finalmente, la manipulación interesada de los datos para crear una corriente de opinión. Estas cuatro, son para mí las principales aunque quizá haya más motivos por los que las cosas no se hacen todo lo bien que deberían.
Explicando la razón de ser del curso de estadística que imparto en Outlayers, saltaron muchos ejemplos de los que hablo en el curso y otro que me aportó un amigo, Álvaro, que sabe mucho acerca de incendios forestales. Comenzó a hablarme de algo que se extendió muchísimo y que casualmente, nada más llegar a casa localicé, sin buscarlo, un artículo al respecto: «El enigma de los cipreses mediterráneos que resisten incendios«. Si no lo conocéis os recomiendo que dediquéis unos minutos a su lectura para continuar. Una vez leído está claro que los cipreses son la solución a los problemas de incendios forestales en todo el mundo. Yo, como Biólogo Marino no me detendré a leer los pormenores de ese estudio, ya que solemos dar fe de aquellas cosas que leemos, que van rodeadas de un cierto halo de ciencia y que, por no estar entre nuestras prioridades personales no nos planteamos cuestionar. Cuando le envié a Álvaro el artículo anterior me respondió con este otro «De incendios y cipreses«. Este último artículo, con referencias va desmontando la teoría de los cipreses ignífugos y termina con el deseo de que este bulo desaparezca. El problema es que una vez lanzada una teoría, más o menos fundada es muy difícil derrumbarla pues siempre habrá quien se posicione radicalmente a favor o en contra.
A veces, la respuesta a las cuestiones está en la fase de observación y diseño, simplemente fijándose en detalles como, tal como se apunta en el segundo artículo «…sin mencionar la causa real: que estaban en una vaguada y rodeados de un amplio cortafuegos» y que «Otros cipreses en ese mismo incendio sí que ardieron«. La cuestión es trabajar por explicar los fenómenos ocurridos no enterrarse en un montón de cifras, porcentajes, etc. para demostrar cosas que no son del todo correctas.